Existe un momento en que los cubiertos, platos, vasos y minúsculos pedazos de comida restantes se quedan solos sobre una mesa, después que alguien se ha levantado de ella y antes que otro alguien se acerque a recogerlos. Un momento pueril, inútil, vacío, sin embargo existen varios de esos momentos durante la mañana, la tarde, la noche, la semana, el mes, el año, la vida entera. Como cuando un grupo de amigos se reúne al rededor de una jalea mixta en una cevichería de Pueblo Libre y cuyo plato, ya vacío, espera pacientemente que la mesera lo recoja mientras es testigo de una placentera y jocosa conversación; o cuando una pareja en un chifa barranquino, acercándose ya a la puerta, se despide amablemente de la dueña del local, mientras su sobrina se acerca rápidamente a la mesa recién desocupada; o cuando un universitario se dirige a lavarse las manos después de terminar un almuerzo preparado con cariño por su madre, mientras ella, despidiéndose ya de él, pues tiene que ir velozmente a clases, se acerca a recoger el vaso, plato y tenedor que ha tenido casi desde que se casó. De estos momentos esta llena la vida, los que se recuerdan son los que marcan nuestra existencia, ¿pero y los otros? ¿esas sobras? ¿por qué recordarlas? ¿y por qué no?
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